MUÑECOS INFERNALES (Todd Browning, 1936)
Marcel y Lavond, el primero científico, el segundo banquero, escapan de la prisión de la Isla del Diablo, y buscan refugio en la casa de Marcel. A su llegada el científico revela el secreto al que ha consagrado su vida: una extraña pócima con el poder de minimizar a las personas para que sus organismos requieran menos alimentos, y ayudar así a hacer sostenible a la raza humana. Una conducta altruista que contrasta con el personaje de Lavond, cuya única meta aparente es la de la venganza contra los tres socios que le condujeron a la carcel. Al resultar víctima de un ataque, Marcel muere, y el banquero ve la opción de valerse de su invento para saldar su deuda. Alentado por Malita, la ama de llaves de Marcel, Lavond va a París en busca de sus presas, ataviado bajo la figura de una entrañable anciana.
Uno de los elementos principales en el cine de Browning es la ambigüedad de sus personajes, y como lo bueno y lo malo pueden no ser valores intrínsecos a la persona, sino que variando las situaciones modifica la perspectiva de los actos. Lo que antes era bueno, puede tornarse malvado, y viceversa. Pero esta ambigüedad muchas veces viene dada por el contexto en el que se van revelando los acontecimientos al espectador. De esta manera el, en apariencia, malvado Lavond se manifiesta como un padre preocupado, cuya única meta es la de limpiar su nombre a ojos de su hija, alcanzando su cenit en un final más propio de un drama o de una comedia ligera que de una película de terror. El encuentro de Lavon con su hija en la cima de la Torre Eiffel parece la versión paterno filial que antecedería al Tu y yo de McCarey (aunque realmente esto es más una analogía que una influencia). Y es que uno de los grandes méritos de Browning era el de moverse por los géneros. Si bien prácticamente es unánime el considerarle un director de género fantástico, no lo es menos que en la inmensa mayoría de las películas que he podido ver no hace sino sumergirse en él mediante otros géneros, o llegar a estos a través del terror. Sus películas son como una travesía.
Para el recuerdo quedan dos secuencias imborrables. El primer ataque, en el que una mujer reducida al tamaño de una muñeca cobra vida y lentamente avanza al encuentro de su víctima. La superposición de imágenes y el decorado gigante, integran a la perfección a los diminutos personajes, y la música constante durante la secuencia no hace sino magnificar los elementos surrealistas.
La segunda secuencia es aquella en la que otro ser diminuto suspendido en el adorno navideño de un árbol, desciende hacia el banquero. Queda patente, en estas dos secuencias el esfuerzo de Browning por descontextualizar dos elementos puramente infantiles y festivos (la muñeca infantil, el adorno navideño) creando así un contraste mayor, y haciendo que las pocas secuencias netamente terroríficas cobren mayor fuerza por contraposición.
Sin duda estamos ante una de las obras mayores del cine de los años 30, y una de las más perversas, bellas y fascinantes de la filmografía de un autor que aquí daba ya sus últimos coletazos antes de despedirse definitivamente del cine con Miracles for Sale, en 1939.
