Lilith

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martes, 11 de noviembre de 2014

VISIONES DE CODY (Jack Kerouac, 1951-1952)


Tiene algo de fundacional toda la obra de Kerouac, en ese imaginario colectivo, que incesantemente remite a las “visiones” de la forja de América. Como Ford retrataba el inicio y fin de una era, Kerouac hace lo propio con su generación. Quizá Visiones de Cody no tenga la calidez de En el camino, ni el misticismo de Los vagabundos del Darhma. Trazando una analogía con su adorado Joyce podríamos decir que, si las últimas citadas son Dublineses, Visiones de Cody es Ulisses. Pues se compone de retazos que distan entre si no solo cronológica, sino también estéticamente. En el libro, las ideas se convierten en espacio y tiempo, es decir, en realidad. Una realidad alterada y subjetiva pero a su vez icónica.
En las casi 600 páginas de Visiones de Cody, Kerouac utiliza diferentes recursos narrativos que van desde las descripciones clásicas, al monólogo interior o la trasncripción de diálogos grabados, pero también se nutre de recursos cercanos al cine, en las descripciones de planos y en la utilización de la simbología (sin contar las alusiones directas que van desde Preston Sturgues a Leisien), y a la música, en un conjunto de estructuras (o capas) que se van repitiendo con notables variaciones. Por que al fin y al cabo, la obra de Kerouc se compone de muchos caminos que van a dar a uno solo. La razón de un camino, es la razón del caminar. La búsqueda de lo intangible a través de la propia fisicidad humana, de un acto mecánico que nos advierte de nuestra condición efímera, pero que a su vez intenta discernir un por qué compasivo a su propio devenir. Porque todo se resume en alcanzar una liberación, y no una liberación fisica, sino espiritual, a través de un recorrido que soslaya lo ajeno, con el tiempo como único enemigo en una batalla quijotesca por alcanzar una sinfonía en que las notas resuenen eternamente.

Kerouac se podría asemejar a esos genios malditos como Nicholas Ray, Samuel Fuller, Charles Bukowski o Thomas Bernhard que parecen no vivir en el mundo sino nutrirse directamente de él. El mundo de Visiones de Cody esta plagado de alcohol, drogas, carreteras, viejos Cadillacs corriendo al son de los acordes de John Coltraine y la geografía americana, de las imponentes urbes al desierto, de los cálidos veranos en México a las tardes lluviosas en San Francisco. Parece abarcarlo todo y dar a cada situación el detenimiento justo según el momento, de esta manera podemos ver como en ocasiones solo requiere de dos párrafos para finiquita un viaje de Boston a Los Ángeles, mientras que otras veces necesita páginas para hablar de un porro concreto o de una borrachera. También las elipsis juegan un papel importante en la pulsión interna de la obra, ya que ejercen el papel de fracturas temporales que en ocasiones sirven para dilatar el tiempo o para acelerarlo, quizá influencia directa de su admirado Proust. Pero por encima de toda su apabullante destreza narrativa o de los múltiples juegos formales, lo más paradigmático de Kerouac a mi parecer es el aire de nostalgia que impregna toda su obra, ese sentir por la fugacidad del tiempo en una generación crepuscular desde la cuna, y una tenue ingenuidad que hace que todas las cosas sean narradas (y vividas) como si fuese la primera y la ultima vez.
Adiós, tú que viste caer el sol junto a las vías, a mi lado, sonriendo-
Adios, Rey.


EL RELOJ ASESINO (John Farrow, 1948)



Como tantas películas de la época dorada de Hollywood, esta es la película de un crimen, y de un falso culpable que luchará hasta su último aliento por demostrar su inocencia. Protagoniza la cinta un correcto Ray Milliand (quien trabajó a las ordenes de Hitchcock, Tourneur, Wilder, Cukor, Leisen...), junto a Maureen O'Sullivan y al gran Charles Laughton. La película es una adaptación de una novela de Kenneth Fearing, y en 1987 conocería una nueva adaptación con No hay salida, película de Roder Donaldson protagonizada por Kevin Costner y Gene Hackman.

La película se inicia con una panorámica de la ciudad de Nueva York por la noche ligeramente contrapicada, y poco a poco va cerrando el plano hasta introducirse en el interior de uno de los edificios de oficinas en el que el protagonista de la película se pregunta casi agonizante como ha podido llegar a su situación. “Todo comenzó hace 36 horas” nos dice la voz en off antes de adentrarse en un verdadero tour de force repleto de engaños.

Poco he podido ver de su director, John Farrow: Las fronteras del crimen, Donde habita el peligro, Mil ojos tiene la noche, y la que nos ocupa. Todas ellas ejemplares ejercicios de cine negro clásico, pero quizá es esta última la más peculir de todas ellas. La secuencia de abertura antes descrita se convierte en una declaración de intenciones en cuanto a lo que a puesta en escena se refiere, recurriendo constantemente a los planos secuencia de larga duración que se deslizan al compás de sus personajes en unos escenarios que recurren solo en parte a la iconografía del genero. Porque quizá uno de los elementos más llamativos es su distanciamiento (por lo menos durante la primera parte de la película) con la estética del genero. Las oficinas donde transcurre parte de la acción son un elemento arquitectónico de esta estética distante que por momentos recuerda más a El apartamente, o a ciertas películas de Tatti que al cine negro de la época (por ejemplo las películas de Lang o Preminger). Solo en los últimos minutos se sumerge por completo en el género, y quizá todo lo que lo antecede sea lo más peculiar de la película. Las secuencias se dilatan y la trama se va tejiendo muy lentamente para acelerar en el último tercio, esto crea un contraste muy marcado que le confiere algo de frialdad. Como si de una comedia de periodísmo, se pasara al thriller. Algo que personalmente considero un acierto que le da otro punto de vista. Se podría decir que pese a que su historia es puramente cine negro, ni la manera en la que filma los espacios en los dos primeros tercios, ni la estética propia de estos espacios, ni sus recursos humorísticos (impagable la secuencia de la dibujante abstracta) son habituales del género.


Cabe destacar, casi a modo de curiosidad, la constante presencia del relojes a lo largo de los 90 minutos. Y no solo como elemento decorativo, sino que se podría entroncar con los escenarios de la acción en ese sentir casi mecánico. Un reloj se convierte en instrumento del crimen, un reloj será una de las pistas a segur, otro reloj será el encargado de desvelar el escondite del protagonista...