Es difícil
comprender la pena que me causa el fallecimiento de Don Manoel de
Oliveira a los 106 años de edad, quizá porque como nos sucede a
quienes admiramos su obra y su figura teníamos la certeza de que era
inmortal. Un hombre al que la centena se le hizo corta, y que ya
entrado en el siglo nos legó Singularidades de una chica rubia,
El extraño caso de angélica, Gebo et l'ombre y El
viejo de Belén. Cuatro películas que sepultarían filmografías
enteras.
Era, Don Manoel,
uno de los últimos eslabones de una estirpe ya casi extinta, formada
por esa aristocracia intelectual fundamentada en una percepción casi
ascética y arcaizante, que él obtuvo de los Jesuitas. Profundo
admirador de la literatura portuguesa adaptó en una o varias
ocasiones textos u obras de Castelo Branco, Antonio Viera, Eça de
Queirós, José Regio o Agustina Bessa-Luis. También adaptó algunos
clásicos de la literatura universal como a Dante o Madame de La
Fayette. No obstante Oliveira siempre ensalzó la autonomía del cine
como un tipo de cultura elevada y moderna que va mucho más allá de
ser un arte parasitario. Él fue un visionario capaz de decir en 1933
que "...Es
por tanto necesario acabar con el cine-negocio. Es necesario arrancar
la industria del cine de las garras nefastas del capitalismo. Es
necesario que el cine sea apenas esto: un órgano de creación
artística y de acción educativa y social...".
Y
es en ese punto en el que Oliveira trabajó durante casi noventa
años. En las nuevas formas de expresión de un arte que podía y
debía acercar la cultura a las nuevas generaciones. Una utopía
propia del mayor de los románticos al que ni Salazar, ni la censura,
sino solo el tiempo, pudo detener.
Decía
Don Manoel que sus cineastas más admirados eran Flaherty,
Rossellini, Mizoguchi, Bresson, Buñuel, Jean Marie Straub y Danielle
Huillete. De Flaherty heredo la mirada escrutadora que inició su
cine con Douro, faina fluvial (1931); con Rossellini tenia en común
esa visión neorrealista que ambos comenzaron en los años cuarenta
(aniki Bóbó es una muestra de neorrealismo hecha en 1942, es decir,
no anterior a la eclosión del género en Italia), y que poco a poco
fueron derivando en esas ansias de didactismo historicista que
impregnaron sus películas sobretodo a partir de los años 70; de
Mizoguchi heredó un cierto sentido de la épica intimista; de
Bresson la sobriedad de sus modelos interpretativos; de Buñuel ese
punto perverso que moró en algunas de sus mejores películas como El
valle de Abraham (1992) o Francisca (1981), además del evidente
homenaje que supuso Belle Toujours (2006); y que decir de los Straub,
seguramente la pareja de cineastas con las que más paralelismos se
pueden resaltar, quizá porque junto a él han sido las voces más
inquietas en la busqueda de esas nuevas vías de expresión que van
desde la captación de la música como elemento no solo estético
sino conceptual, el ascetismo de su puesta en escena, la admiración
por los clásicos de la literatura y su constante interés por
(re)adaptarlos, el interés por la Historia y por la humanidad,
porque hablar de Oliveira es hablar
también de su profundo humanismo hacia una sociedad cada vez más
frívola y desmemoriada, un hombre de valores anacrónicos en un
mundo cambiante al que supo retratar desde esa perspectiva que solo
otorga el tiempo y las vivencias.
Ganó premios en
Venecia, Berlín o Cannes, además de una tardía aunque merecidísima
Palma de oro en 2008. Trabajó con Marcello Mastroianni, Jeanne
Moreau, Michel Piccoli, Catherine Deneuve o John Malkovich, además
de con sus apreciados Luis Miguel Cintra y Leonor Silvera. Fue
venerado en los festivales más prestigiosos del mundo a los que
acudía con asiduidad a pesar de su avanzada edad. Incansable lector,
inagotable cineasta. Murió hace menos de quince días en Oporto, en
su Porto da minha infancia que tantas veces retrato desde
aquel primerizo Douro faina fluvial de 1931. Un lánguido fado
de despedida resuena en las mortecinas callejuelas de una ciudad que
sin duda alguna estará de luto por el adiós de uno de sus
pensadores más ilustres. Descanse en Paz, maestro.
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