Todas la almas es la segunda novela que
leo de Javier Marías tras la imponente, y cronológicamente
posterior, Mañana en la batalla piensa en mi.
Aquí el autor también recurre a una
narración en primera persona, en la que un álter ego hace las veces
del propio Marías. La narración se va articulando en torno a las
observaciones constantes del protagonista en un número de escenarios
relativamente reducido a los que va ordenando sin ningún patrón
cronológico. Trata sobre las experiencia profesionales y humanas que
durante dos años compartió el protagonista mientras daba clases de
literatura española en Oxford, y se inicia en un tiempo futuro a
donde acuden sus recuerdos. Las primeras páginas de ese retorno
temporal están escritas en pasado, pero avanzado el libro, y de
manera casi imperceptible va cambiando al presente, se podría decir
que para Marías, por lo menos en este libro, el recuerdo es en si
mismo la vivencia.
Hay un pasaje muy bonito en el libro,
en el que el protagonista se encuentra con una mujer en el tren sin
entrar apenas en contacto con ella, después se separan. Quizá no
sea su inspiración, pero hay una secuencia de Ciudadano Kane a la
que es inevitable referirse: aquella en la que uno de los
entrevistados por el periodista que está intentando dar forma a la
figura de Charles Foster Kane, habla sobre una chica con la que se
cruzó durante un segundo en una estación (podría ser en el puerto,
no lo recuerdo bien) y que según él no pudo olvidar ni un solo día
de los siguientes cincuenta años. El fragmento de la película,
escrito por Herman Mankiewicz (hermano del genial director Joseph L.
Mankiewicz), resume la esencia de esta. Y algo parecido podría
decirse de la novela que nos ocupa. Esas almas no son personas,
tampoco personajes en un sentido físico, sino proyecciones
fantasmales, sombras, como para el anciano Will (el portero del
inicio del libro) lo son las personas a las que día a día confunde
con las de su propio recuerdo. No me parece osado aventurar que quizá
si pudiesen resonar los ecos de esa secuencia en la cabeza de Marías
al escribir ese momento, teniendo en cuenta también las constantes
alusiones a Campanadas a medianoche (tambien de Welles) en Mañana en
la batalla piensa en mi.
El principal hilo conductor de la
trama, más allá del propio lugar, es la relación del protagonista
con
Clare
Bayes, una compañera de trabajo casada y con un hijo (al igual que
la mujer que con su muerte daba inicio a Mañana en la batalla piensa
en mi). No se trata de una relación romántica al uso, sino de una
relación de mutua dependencia, hasta que la enfermedad del hijo de
Clare provoca un distanciamiento finalmente irresoluble. Es en ese
momento cuando el protagonista se muestra vulnerable, herido, y se
enamora de aquello que no puede poseer. Igual que los héroes de
Balzac se entregaban en alma a su amada renegando a un porvenir que
siempre estaba por venir. La separación de la pareja es quizá el
fragmento más emotivo de todo el relato, y no solo por lo narrado
(en especial con la confesión de su pasado por parte de Clare), sino
por el tono íntimo en el que está descrito. La cercanía de los
personajes, los detalles sobre las copas que beben y los cigarrillos
que fuman, la descripción del lugar en el que transcurre, y
sobretodo los movimientos de los cuerpos y las miradas... es
asombrosa la capacidad de Marías para dilatar el tiempo otorgándole
a los detalles el poder de la evocación. De esta manera la posición
de un cuerpo sobre la cama puede remitir a un tiempo pasado con el
que se funde en un amasijo de recuerdos a los que su protagonista
intenta transformar en palabras.
Otra
de las virtudes de la obra es el retrato de Oxford, visto como un
espacio jerárquico en el que los cotilleos y las formas mantienen el
orden dentro de sus muros. Oxford existe como un lugar fuera del
tiempo, el lugar de la imposibilidad para el forastero, el lugar de
lo efímero, como la chica que se cruza en el tren, como Muriel, como
Clare, o como el moribundo Cromer-Blake. Son figuras ancladas a un
espacio y un lugar, ajenas al Madrid desde donde se narra todo en el
año 89.
Quizá
uno de los elementos que hacen más disfrutable aun su lectura es su
sentido del humor. Es en esa unión donde Marías mejor se
desenvuelve, porque aun dándole un tono ameno y divertido consigue
hacer una novela novela con infinidad de recovecos psicológicos y
emocionales.
Para
el recuerdo queda la descripción de la cena de los profesores de la
universidad, en la que ordenados minuciosamente en sus mesas tienen
que repartir sus atenciones en fragmentos temporales establecidos a
los comensales que tienen a ambos lados.


