Lilith

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jueves, 26 de junio de 2014

TODAS LAS ALMAS  (Javier Marías, 1989)


Todas la almas es la segunda novela que leo de Javier Marías tras la imponente, y cronológicamente posterior, Mañana en la batalla piensa en mi.
Aquí el autor también recurre a una narración en primera persona, en la que un álter ego hace las veces del propio Marías. La narración se va articulando en torno a las observaciones constantes del protagonista en un número de escenarios relativamente reducido a los que va ordenando sin ningún patrón cronológico. Trata sobre las experiencia profesionales y humanas que durante dos años compartió el protagonista mientras daba clases de literatura española en Oxford, y se inicia en un tiempo futuro a donde acuden sus recuerdos. Las primeras páginas de ese retorno temporal están escritas en pasado, pero avanzado el libro, y de manera casi imperceptible va cambiando al presente, se podría decir que para Marías, por lo menos en este libro, el recuerdo es en si mismo la vivencia.

Hay un pasaje muy bonito en el libro, en el que el protagonista se encuentra con una mujer en el tren sin entrar apenas en contacto con ella, después se separan. Quizá no sea su inspiración, pero hay una secuencia de Ciudadano Kane a la que es inevitable referirse: aquella en la que uno de los entrevistados por el periodista que está intentando dar forma a la figura de Charles Foster Kane, habla sobre una chica con la que se cruzó durante un segundo en una estación (podría ser en el puerto, no lo recuerdo bien) y que según él no pudo olvidar ni un solo día de los siguientes cincuenta años. El fragmento de la película, escrito por Herman Mankiewicz (hermano del genial director Joseph L. Mankiewicz), resume la esencia de esta. Y algo parecido podría decirse de la novela que nos ocupa. Esas almas no son personas, tampoco personajes en un sentido físico, sino proyecciones fantasmales, sombras, como para el anciano Will (el portero del inicio del libro) lo son las personas a las que día a día confunde con las de su propio recuerdo. No me parece osado aventurar que quizá si pudiesen resonar los ecos de esa secuencia en la cabeza de Marías al escribir ese momento, teniendo en cuenta también las constantes alusiones a Campanadas a medianoche (tambien de Welles) en Mañana en la batalla piensa en mi.

El principal hilo conductor de la trama, más allá del propio lugar, es la relación del protagonista con Clare Bayes, una compañera de trabajo casada y con un hijo (al igual que la mujer que con su muerte daba inicio a Mañana en la batalla piensa en mi). No se trata de una relación romántica al uso, sino de una relación de mutua dependencia, hasta que la enfermedad del hijo de Clare provoca un distanciamiento finalmente irresoluble. Es en ese momento cuando el protagonista se muestra vulnerable, herido, y se enamora de aquello que no puede poseer. Igual que los héroes de Balzac se entregaban en alma a su amada renegando a un porvenir que siempre estaba por venir. La separación de la pareja es quizá el fragmento más emotivo de todo el relato, y no solo por lo narrado (en especial con la confesión de su pasado por parte de Clare), sino por el tono íntimo en el que está descrito. La cercanía de los personajes, los detalles sobre las copas que beben y los cigarrillos que fuman, la descripción del lugar en el que transcurre, y sobretodo los movimientos de los cuerpos y las miradas... es asombrosa la capacidad de Marías para dilatar el tiempo otorgándole a los detalles el poder de la evocación. De esta manera la posición de un cuerpo sobre la cama puede remitir a un tiempo pasado con el que se funde en un amasijo de recuerdos a los que su protagonista intenta transformar en palabras.

Otra de las virtudes de la obra es el retrato de Oxford, visto como un espacio jerárquico en el que los cotilleos y las formas mantienen el orden dentro de sus muros. Oxford existe como un lugar fuera del tiempo, el lugar de la imposibilidad para el forastero, el lugar de lo efímero, como la chica que se cruza en el tren, como Muriel, como Clare, o como el moribundo Cromer-Blake. Son figuras ancladas a un espacio y un lugar, ajenas al Madrid desde donde se narra todo en el año 89.

Quizá uno de los elementos que hacen más disfrutable aun su lectura es su sentido del humor. Es en esa unión donde Marías mejor se desenvuelve, porque aun dándole un tono ameno y divertido consigue hacer una novela novela con infinidad de recovecos psicológicos y emocionales.


Para el recuerdo queda la descripción de la cena de los profesores de la universidad, en la que ordenados minuciosamente en sus mesas tienen que repartir sus atenciones en fragmentos temporales establecidos a los comensales que tienen a ambos lados.

martes, 3 de junio de 2014

AMOR DE PERDIÇAO  (Manoel de Oliveira, 1979)


La novela, publicada en 1862, había sido escrita durante la estancia de Castelo Branco en la carcel por una acusación de adulterio, y se centra en la historia de amor entre Simón Botelho y Teresa de Albuquerque. El destino trágico, el azar, las pasiones secretas y confesas o la fatalidad son algunos de los elementos que dan forma a esta obra memorable, y que Castelo Branco utiliza para tejer un mosaico de personajes que partiendo de un marcado realismo adoptan rápidamente el carácter alegórico.

Oliveira toma el original de Castello Branco, de apenas 200 páginas, y la convierte en una película en seis episodios de 45 minutos. Esta división por capítulos responde más a motivos de difusión televisiva que a un interés del autor por fragmentar su película, pues fue el propio Oliveira quien sugería que su película debía verse seguida. Algo que quien escribe estas lineas reconoce no haber hecho.

Una de las cosas más llamativas de la película es su ausencia de sentido del humor, algo que en el libro si está muy presente, sobretodo en sus primeros y vertiginosos capítulos en los que se contextualiza el transcurso de los acontecimientos. Oliveira no solo obvia completamente el elemento irónico de Castelo Branco, sino que solemniza todo cuanto narra. Ya no solo por la idea, en mi opinión acertada, de dilatar el metraje hasta las cuatro horas y media, sino porque deshumaniza a los personajes a los que otorga un aspecto casi fantasmagórico. Y es en ese deambular fantasmal donde Oliveira logra el punto fuerte de su película, con una puesta en escena inspirada principalmente en la pintura, pero también en el teatro y en Bresson (sobretodo en las interpretaciones de los actores, más cercanas al concepto de representacion de los modelos bressonianos que a la interpretación teatral clásica), Dreyer (muchos de los planos de Teresa recuerdan inequívocamente a los de Gertrud), y Sirk (la irrupción del melodrama, sus personajes zarandeados por el incierto destino...).
Un elemento llamativo de esta película es la manera exquisita con la que Oliveira enlaza planos. Pondré como ejemplo uno de los últimos momentos del primer episodio, en el que Teresa es castigada por su padre a la reclusión en un convento. Un plano de conjunto nos muestra a la joven frente a la figura de su padre. Ella a la izquierda y el a la derecha se miran fijamente, pero una ligera inclinación hace que podamos ver la cara de ella mientras la de él se mantiene medio oculta. Tras unos minutos de violenta charla, la cámara, con un zoom lento y cadencioso se va acercando a la ventana que corona el centro de la habitación, pasando así de un plano de conjunto a un primer plano de esa ventana cerrada justo cuando Teresa ha sido castigada con la reclusión en un convento. El siguiente plano, que aparece tras una pequeña fractura temporal, nos muestra al padre caminando por la habitación mientras en un espejo que enfoca hacia la puerta aparece la imagen de su hija, preparada para aceptar su castigo. El zoom avanza, ahora sí veloz, hasta encuadrar nuevamente a la joven reflejada en el espejo, frente al rostro difuminado de su padre.


Los reflejos, las sombras, la manera de difuminar o enfocar un rostro... todo está limado hasta el último detalle, con una puesta en escena que mece a sus personajes a pesar de su aparente frialdad. Pues si bien es cierta esa frialdad, no lo es menos que por tratar el material que trata se muestra a su vez como una obra desgarrada, como un aullido. Es tan solemne como conmovedora, y es precisamente en la unión de esos puntos donde Oliveira sale victorioso, y va un paso más allá de lo que consiguió Bresson en Cuatro noches de un soñador, donde al final la forma terminaba imponiéndose al fondo.


Resulta una verdadera lástima que la nula difusión la haya convertido, al menos en nuestro país, en una rareza, porque es una verdadera lección de cine, y probablemente una de las mejores película de Don Manoel.


Adjunto enlaces de la obra en versión original con subtítulos en italiano:

https://mega.co.nz/#!6JYXgJpR!UJ8Xgyn-bbYB236pfkU1ROFustUVko74hXuYsFGWZ6A

https://mega.co.nz/#!DdoySbqK!aZIex3BdBbio891DPkwP3ooonaBl_Te7eveG7BQo3qA

https://mega.co.nz/#!jA5VVRAQ!HnZ3Br0cZpNdYFgt-8eBD4jdcu44XwWixu0JfCASd_8

https://mega.co.nz/#!ec4EmIiC!a6aQ2FCKLq1lxjAmteO_ArOtuy2hh-sVh8QBiLhCKDU

https://mega.co.nz/#!mZY1GA6R!BHZePkop40jeGfhP_G82iOBiTugRYAUtqWUO4_vrKkA

https://mega.co.nz/#!2cQG0LDa!t_PEpqq73SbQkg5IXPhC2lu6u4LWK-BZd389h-cBQdc